A finales del siglo XIX, cuando Gustave Sennelier comenzó a desarrollar colores al óleo para sus clientes, entre los que se encontraban Cézanne, Gauguin o Picasso, reconoció la necesidad de producir pinturas que sólo contarán con pigmentos de la más alta calidad.
Se aseguró que los pigmentos procedieran de las fuentes tradicionales seleccionadas. Verificó que los orígenes de los pigmentos fueran fuentes seleccionadas tradicionales e identificó sus características químicas. Su gran respeto por estos materiales no sólo aseguró la permanencia de los trabajos realizados con estos pigmentos, si no que también aseguró la producción de una serie creciente de colores únicos de belleza y calidad sin igual.
Desde aquel tiempo, algunos pigmentos han desaparecido porque los recursos naturales de donde procedían se han agotado, y otros han sido restringidos debido a su toxicidad. Sin embargo, la investigación e innovación de la empresa han dado origen a una amplia variedad de pigmentos sintéticos que suplen perfectamente a los antiguos pigmentos de procedencia mineral como el Lapislázuli o el Cinabrio.